Ilustración de Pito Campos |
Emoción. No la palabra, la emoción misma, esa que no deja nombrar ni escribir su propio nombre.
Emoción individual, compartida, generalizada.
La emoción que se traba en la garganta. Que te aprisiona los lagrimales. Que se debate entre el llanto y el grito.
Y la hermosa sensación de ver la emoción de otros al compartir. Los ojos
llenos de lágrimas y la voz entrecortada en los compañeros, en el
trabajo. Y las computadoras que se transforman en televisiones para ver
la cara de felicidad de la abuela.
Estela
y Guido se encontraron. Habían estado tan cerca. Tal vez se habían
cruzado en un abrazo. Tal vez sus ojos se habían quedado esos segundos
que son eternos tratando de reconocerse. Cuando Guido participó de
Música por la Identidad, tal vez todo sucedió.
Los
artistas suelen tener nombres artísticos. Que no son los suyos, sino
otros que los hacen conocidos. Guido se hizo conocido en el mundo de la
música con su nombre artístico, uno que no eligió, que no eligieron sus
padres, sino quienes lo criaron, un nombre que le impusieron, como le
impusieron la vida misma. Tardamos 36 años en saber su nombre real.
Marcelo J. Silvera
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