En el día del payador, podría decir unas coplas, como las que don Jorge Cafrune ha dicho:
Yo sé que muchos dirán
que peco de atrevimiento,
si largo mi pensamiento
pal rumbo que ya elegí,
pero siempre ha sido así
galopiador contra el viento.
Pero es a otro perseguido que quiero recordar. En este día quise traer la memoria del Gallego, Eduardo Requena.
Buceando en la información la fecha está desdoblada; en varios lugares figura el 26 de julio como día de su desaparición, pero en los testimonios de tal vez el juicio más largo de la historia se ha plasmado el día de hoy como el momento en que la dictadura decide arrebatarle la libertad. En cualquier caso, la fecha es una mera excusa para reactivar la memoria.
600 docentes fueron desaparecidos. Eduardo Requena era uno de ellos. Nacido en Villa María, el 15 de noviembre de 1938, era antes que educador un amante de los deportes, fue atleta de la mano de Guillermo Evans y jugador de River Plate de Villa María, con el que salió campeón, y tal vez por eso entendía la importancia del equipo, de la unión, y lo trasladó a lo gremial luchando por una Ctera única en todo el país."Algún día todos los educadores entenderemos que somos laburantes, entonces la unidad será una realidad", decía Requena.
El Gallego vivía en mi barrio, en la Ramiro Suárez casi General Paz. Los más viejos lo recuerdan muy bien, y son conversaciones de un domingo a la mañana, cuando todos duermen en casa y salís a comprar: "Al flaco no lo vimos más". Quedan pocos de los habitantes de aquella época, llegan muchos estudiantes y familias recién conformadas que poco y nada saben de Requena, mientras edificios grises reemplazan a las casas con jardines floridos.
Era el atardecer del día de hoy de 1976, en Córdoba capital estaba prevista una reunión de la Coordinadora de Gremios en Lucha que de alguna manera dejó de ser secreta. Cuando Eduardo Requena llegó al bar Miracle de calle Colón, 4 individuos de civil, armados, se pararon de la mesa que ocupaban haciéndose pasar por gente, lo maniataron y volvieron a su lugar para esperar al resto.
Lo llevaron en un Renault 12 junto a Tito Yornet rumbo a La Perla. Y ya nada más. No volvió a dar clases. No volvió a jugar un picado. No volvió a leer. Ni a tener una vida.
La memoria está inmóvil, como la piedra que lleva su nombre en el Reloj de Sol; o una calle en el barrio San Juan Bautista; o la Biblioteca del Inescer que también lleva su nombre; y un colegio en la Docta. A veces, la desmemoria gana en las instituciones educativas por las que pasó, como alumno o docente, y en Trinitarios o Rivadavia de su ciudad las tizas hacen homenajes en silencio.
Marcelo J. Silvera
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